miércoles, 30 de noviembre de 2011

L'agence Barnett & Cie





 ¿Quien fue este curioso personaje que se llamaba Jim Barnett, quien estuvo involucrado, 
en los más divertidos casos y las aventuras más fantásticas? 

 ¿Qué es la agencia privada  Barnett y Co. 



El inspector Victor



Víctor de Brigada, a quien los bonos robados de la Defensa Nacional y el doble asesinato del padre Lescot y Masson Elise así como su acción decisiva contra Arsenio Lupin, le dieron una  gran reputacíón
Victor era un policía de edad, inteligente, astuto, agresivo e insoportable, que hacia su  trabajo como un aficionado, cuando "le daba la gana" Víctor un policía caprichoso en la elección de las investigaciones


"El Inspector Víctor, cuyo verdadero nombre es Víctor Hautin, es el hijo de un fiscal, que murió en Toulouse, hace cuarenta años.. Víctor Hautin pasó parte de su vida en las colonias.  Excelente persona, a cargo de sus más delicadas y peligrosas, fue trasladado a menudo por las denuncias presentadas contra él por e los maridos engañados  Estos escándalos le impidió reclamar los primeros puestos de la administración.


Más tranquilo en los últimos años, habiendo heredado una fortuna, pero dispuesto a ocupar su tiempo libre,  me fue recomendado por uno de mis primos que vive en Madagascar, y quetiene a Víctor Hautin en alta estima.  De hecho, a pesar de su edad, a pesar de su independencia y su excesivo carácter, es un servidor discreto valioso.






En el gabinete del señor Beamish ... en medio de un montón de camisas, descubrimos un pañuelo de seda de color naranja y verde ...


- ¿Qué? -dijo, enderezándose.


— - Un pañuelo de seda de color naranja y verde, Yo lo vi ...   en el gabinete del Inglés ... "


De repente, la resistencia de la princesa Basileïef se derrumbó. débil, asustada, con los labios temblando, balbuceó:


"Esto no es cierto ... no es posible! ..."


Él continuó, implacable


"Lo vi allí. Es el velo que buscamos. Usted ha leído los periódicos ... la bufanda Elise Masson siempre la llevaba al cuello. Descubierto en las manos del Inglés, estableció su participación en el delito de Rue de Vaugirard, y la intervención de Arsenio Lupin.


Hay también otras pruebas que revelaran la verdadera personalidad de la otra persona, la mujer ...?


- ¿Qué mujer? dijo entre dientes.


— - Su cómplice? La que nos encontramos en la escalera en el momento del crimen ... el que mató a ... "


Ella se lanzó sobre Víctor, y en un gesto que era a la vez una confesión y un grito de protesta violenta, exclamó:


¡Yo digo que esta mujer no mató ... Tiene un horror del crimen, horror a la sangre y la muerte! ... Ella no la mató! ...


- ¿Quién la mató entonces? "


Ella no contestó.


Confusa en sus sentimientos. Su entusiasmo se desvaneció y dio paso a una tristeza repentina. Con una voz tan débil que apenas podía oírse le susurró:


"Todo esto importa poco. Piensa en mí lo que quieras, no me importa.






Quién es Víctor, el famoso detective de la  Brigada?  Un dandy, atraído por la mujer policía y uno de los más capacess detectives de la policía francesa. El as de la policía de seguridad en París, al igual que Sherlock Holmes en Londres.   

Víctor se opone a otra leyenda viva: Arsenio Lupin, el emperador de los ladrones. Un verdadero choque de titanes, una emocionante aventura, una batalla peligrosa, bajo el doble signo del suspenso y lo inesperado.



 Capítulos:

Corre, corre, el hurón

 La tapa gris

 La amante del barón

 Detención

 La princesa Basileïef

 Los bonos de la defensa

 Cómplices

La gran batalla de Cambridge

 En el corazón del lugar

 El archivo de ALB

 Ansiedad

 El triunfo de Lupin





martes, 1 de noviembre de 2011

La aguja hueca


Inmediatamente, sobre la hierba pisoteada, se observó el paso del fugitivo. En dos lugares se descubrieron huellas de sangre ennegrecida, ya casi seca. Después de la curva de la arcada, que marcaba la extremidad del claustro, ya no había nada, pues la na?turaleza del suelo, tapizado de agujas de pino, no se prestaba a registrar la huella de ningún cuerpo. Pero, entonces, ¿cómo el herido había podido escapar a la vista de la joven, de Victor y de Albert? Unas malezas, que los criados y los gendarmes habían registrado, y unas piedras sepulcrales bajo las cuales habían buscado..., y eso era todo.


El juez de instrucción mandó al jardinero, que tenía la llave, que le abriera la Capilla Divina, verdadera joya de la escultura, que el tiempo y las revoluciones habían respetado, y que siempre fue considerada, con las finas cinceladuras de su pórtico y la menuda multitud de sus estatuillas, como una de las maravillas del estilo gótico normando. La capilla, muy simple en su interior, sin ningún otro ornamento que su altar de mármol, no ofrecía ningún refugio. Por lo demás, en primer lugar, hubiera sido necesario introducirse en ella. ¿Y por qué medio?
La inspección llegó hasta la pequeña puerta que servía de entrada a los visitantes de las ruinas. Aquella daba al camino hondo y cerrado entre el recinto y un bosque cortado con frecuencia, donde se veían canteras abandonadas. El señor Filleul se inclinó: el polvo del camino presentaba marcas de neumáticos con cubiertas antideslizantes. De hecho, Raymonde y Victor habían creído oír, después del disparo de escopeta, el ronquido de un auto. El juez de instrucción insinuó:

–Seguramente el herido se reunió con sus cómplices.

–Imposible –exclamó Victor–. Yo estaba allí, mientras la señorita y Albert lo veían aún.

–Bueno; aun así, es preciso que ese individuo se encuentre en alguna parte. O está dentro o está fuera.
–Está aquí –dijeron los criados con terquedad.

El juez se encogió de hombros y se volvió hacia el castillo con bastante calma. Decididamente, el asunto se presentaba mal. Con un robo en el que nada había sido robado y un prisionero invisible, la cosa no era para sentirse muy satisfecho.

Era tarde. El señor de Gesvres invitó a los magistrados a almorzar, así como a los dos periodistas. Co?mieron en silencio, y luego el señor Filleul regresó al salón, donde interrogó a los criados. Pero por el lado del patio resonó el trote de un caballo, y un momento después el gendarme a quien habían enviado a Dieppe penetró en la estancia.

–Bien. ¿Ha visto usted al sombrerero? –exclamó el juez, impaciente por obtener al fin algún informe.

–La gorra le fue vendida a un chófer.

–¡A un chófer!

–Sí, a un chófer que se detuvo con su coche de?lante del establecimiento y que preguntó si po?dían proporcionarle para un cliente suyo una gorra de chófer, de cuero amarillo. Quedaba ésta. La pagó sin siquiera preocuparse de la medida y se marchó. Tenía mucha prisa.

–¿Y de qué clase era el coche?

–Un cupé de cuatro asientos.
–¿Y qué día fue eso?

–¿Qué día? Pues esta misma mañana.

–¿Esta mañana? ¿Qué es lo que usted dice?

–Que la gorra fue comprada esta mañana.

–Pero eso es imposible, puesto que fue encontrada esta noche en el parque. Para ello hubiera sido preciso que hubiese sido comprada con anterioridad.

–Pues fue esta mañana. Me lo dijo el sombrerero.

Hubo unos instantes de desconcierto. El juez de instrucción, estupefacto, trataba de comprender. De pronto dio un salto, iluminado por un rayo de luz.

–Que traigan aquí al chófer que nos transportó esta mañana.
El brigadier de la Gendarmería y su subordinado corrieron presurosos hacia las caballerizas. Al cabo de unos minutos el brigadier regresaba solo.

–¿Y el chófer?
–Hizo que le sirvieran de comer en la cocina, almorzó y después...
–Después, ¿qué?

–Después desapareció.

–¿Con su coche?

–No. Con el pretexto de ir a ver a un pariente en Ouville, pidió prestada la bicicleta del palafrenero. Aquí están su gorra y su chaqueta.

–Pero ¿no se fue con la cabeza descubierta?

–Sacó del bolsillo una gorra y se la puso.
–¿Una gorra?
–Sí, una gorra de cuero amarillo, al parecer.

–¿De cuero amarillo? No puede ser, porque está aquí.

–En efecto, señor juez de instrucción, pero la suya es igual.

El fiscal suplente sonrió ligeramente con sorna.

–¡Muy gracioso! ¡Muy divertido! Hay dos gorras... Una, que era la verdadera y que constituía nuestro único elemento de prueba, se fue sobre la ca?beza del seudochófer. La otra, la falsa, la tiene usted entre las manos. ¡Ah! Ese magnífico sujeto nos la ha jugado limpiamente.

–¡Que lo capturen! ¡Que lo traigan aquí! –gritó el señor Filleul–. Brigadier Quevillon, que salgan dos de sus hombres a caballo y al galope.

–Ya está lejos –comentó el fiscal suplente.

–Por lejos que esté, es completamente preciso que le echen la mano.

–Yo así lo espero, pero creo, señor juez de instrucción, que nuestros esfuerzos deben concentrarse sobre todo aquí. Tenga la bondad de leer el papel que acabo de encontrar en los bolsillos del abrigo.

–¿De qué abrigo?

–El del chófer.

Y el fiscal suplente le tendió al señor Filleul un papel doblado en cuatro en el que podían leerse estas breves palabras escritas a lápiz y con una letra un tanto vulgar:

"Ay de la señorita, si ha matado al patrón"