sábado, 12 de mayo de 2012

Y, por último, cinco gotas de atropina

ARSENIO LUPIN, LADRON DE LEVITA, por Maurice Leblanc - TOR - Colección Luciérnaga Nº 30 - 1945 (Tebeos, Comics y Pulp - Pulp)



A pesar de todas las investigaciones, ha sido imposible el reconstruir la identidad de usted.

Usted presenta el caso bastante original en nuestra sociedad moderna de no tener ningún pasado. Nosotros no sabemos quién es usted, de dónde viene, dónde transcurrió su infancia,y en resumen, nada. Usted surgió de un golpe, hace tres años, procedente no se sabe exactamente de qué medio, para revelarse súbitamente como Arsenio Lupin, es decir, un extraño compuesto de inteligencia y de perversión, de inmoralidad y de generosidad.

Los datos que poseemos sobre usted antes de esa época son más bien suposiciones. Es probable que el llamado Rostat, que trabajaba hace ocho años al lado del prestidigitador Dickson, no fuera otro que Arsenio Lupin. Es probable que el estudiante ruso que frecuentaba hace seis años el laboratorio del doctor Altier, en el hospital Louis, y que a menudo sorprendió al maestro por el ingenio de sus hipótesis sobre la bacteriología y la audacia de sus experiencias en las enfermedades de la piel, no fuera otro que Arsenio Lupin.

Y Arsenio Lupin era igualmente el profesor de lucha japonesa que se estableció en París mucho antes que aquí se hablase de jiujitsu. Arsenio Lupin, creemos nosotros, era el corredor ciclista que ganó el Gran Premio de la Exposición, cobró los diez mil francos y no volvió a aparecer más. Arsenio Lupin puede ser también aquel que salvó a tantas personas sacándolas por el pequeño tragaluz en el incendio del Bazar de la Caridad... y luego las desvalijó.

Y después de una pausa, el presidente concluyó:


- Así es esta época que parece no haber sido más que una preparación minuciosa para la lucha que usted ha emprendido contra la sociedad, un aprendizaje metódico en el cual usted llevaba al grado máximo su fuerza, su energía y su habilidad. ¿Reconoce usted la exactitud de estos hechos?

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Eran los ojos del otro, la boca del otro, y era, sobre todo, su expresión aguda, vívida, burlona, espiritual, tan clara y tan joven. - ¡Arsenio Lupin! ¡Arsenio Lupin! - balbució Ganimard

Lupin respondió:

Comprenderás muy bien que si yo trabajé dieciocho meses en Louis con el doctor Altier no fue por amor al arte. Pensé que aquel que un día tendría el honor de llamarse Arsenio Lupin debía sustraerse a las leyes ordinarias de la apariencia y de la identidad. ¿La apariencia? Pues esta se modifica a capricho de uno mismo. Una determinada inyección hipodérmica de parafina hincha la piel en el lugar escogido. El ácido pirogálico te transforma en mohicano. El jugo de la celidonia grande te pone manchas y tumores del efecto más feliz. Tal procedimiento químico actúa sobre el crecimiento de tu barba y de tus cabellos, y tal otro sobre el sonido de tu voz. Y suma a todo eso dos meses de régimen alimenticio en la celda número veinticuatro, unos ejercicios mil veces repetidos para abrir mi boca con arreglo a este rictus, para llevar la cabeza conforme a esta inclinación y mi espalda con arreglo a esta curva. Y, por último, cinco gotas de atropina en los ojos para hacerlos hoscos y vagos, y ya está hecho el truco.

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