viernes, 20 de marzo de 2009

La aguja hueca.



—¡El señor Isidoro Beautrelet! —exclamó el señor Filleul con aire de sentirse encantado y tendiéndole las manos al recién llegado—. ¡Qué magnífica sorpresa! ¡Nuestro excelente detective aficionado aquí... y a nuestra disposición!... ¡Ésta es una gran suerte! Señor inspector, permítame que le presente al señor Beautrelet, alumno de retórica del Instituto Janson.

Ganimard parecía un tanto desconcertado. Isidoro lo saludó en voz muy baja, como a un colega cuyo valor se aprecia, y luego, volviéndose hacia el señor Filleul, dijo:
—¿Parece, señor juez de instrucción, que ha recibido usted buenos informes sobre mí?
—Muy buenos. En primer lugar, usted estaba, en efecto, en Veules-les-Roses en el momento en que la señorita de Saint-Verán creyó haberlo visto en el camino hondo. Nosotros averiguaremos, no lo dudo, la identidad de su sosias. En segundo lugar, usted es efectivamente Isidoro Beautrelet, alumno de retórica, y hasta un excelente alumno, de conducta ejemplar. Como el padre de usted vive en provincias, usted sale una vez por mes a casa del corresponsal de aquél, señor Bernod, quien no oculta sus elogios hacia usted.
—De modo que...
—De modo que está usted libre.
—¿Absolutamente libre?
—Absolutamente. ¡Ah!, sin embargo, pongo una pequeñísima condición. Usted comprende que yo no puedo poner en libertad a un señor que administra narcóticos, que se evade por las ventanas y al que luego detienen en flagrante delito de vagabundeo dentro de propiedades privadas, sin que a cambio de esta libertad yo obtenga una compensación.

—Yo espero lo que usted diga.
—Pues bien: nosotros vamos a reanudar nuestra interrumpida conversación, y usted va a decirme adonde ha llegado en sus investigaciones... En dos días que lleva gozando de libertad, usted debe de haber llegado muy lejos en ellas.
Ganimard se disponía a marcharse con un afectado desdén hacia aquella escena, pero el juez le dijo:
—No, no, señor inspector, su lugar está aquí... Yo le aseguro que al señor Isidoro Beautrelet vale la pena que se le escuche. Según mis informes, el señor Beautrelet se ha creado en el instituto Janson-de-Sailly una fama de observador al cual nada puede pasarle inadvertido, y, según me han dicho, sus condiscípulos le consideran como el emulo de usted, como el rival de Herlock Sholmes.
—¡De veras! —exclamó Ganimard con ironía.
—Exactamente. Uno de esos condiscípulos me ha escrito diciendo:
«Si Beautrelet declara que sabe, es preciso creerlo, y lo que él diga no dude que será la expresión exacta de la verdad.»


Leer La aguja hueca. http://www.scribd.com/doc/3894057/La-Aguja-Hueca

 

sábado, 14 de marzo de 2009

La condesa Cagliostro.


Lo esencial es triunfar y yo triunfaré sin duda. Ninguna adivina dejó de predecirme un gran porvenir y una reputación universal. Raúl d’Andrésy será general o ministro o embajador… a menos que lo sea Arsenio Lupin. Es algo pactado con el destino, firmado de una y otra parte. Estoy preparado: músculos de acero y mente privilegiada. Oye, ¿quieres que camine sobre las manos o que te lleve en la punta de los dedos? ¿O bien que te recite de memoria Homero en griego y Milton en inglés? ¡Oh, es tan hermosa la vida! Raúl d’Andrésy… Arsenio Lupin… ¡Las dos caras de la moneda! ¿A cuál de ellas iluminará la gloria, sol de los mortales!

Puedes leer en idoma frances esta aventura:

http://www.scribd.com/full/2077809?access_key=key-vorvf1ixpm3dk0qhthw


Saber más sobre el apellido Cagliostro:
http://www.scribd.com/doc/4082575/CAGLIOSTRO

jueves, 12 de marzo de 2009

El tapón de cristal.




Sólo una cosa desconcertaba a Prasville. El rostro del señor Nicole, su apariencia, no tenía la más pequeña relación, por lejana que fuese, con las fotografías que Prasville conocía de Lupin. Era un hombre completamente nuevo, de otra estatura, de otra corpulencia, con un corte de cara, una forma de boca, una expresión de la mirada, una tez, unos cabellos absolutamente diferentes de todas las indicaciones formuladas acerca de las señas del aventurero. ¿Pero no sabía Prasville que toda la fuerza de Lupin residía precisamente en su prodigiosa capacidad de transformación? No cabía duda alguna.

A toda prisa Prasville salió de su despacho. Se encontró con un cabo de la Seguridad y le dijo febrilmente: —¿Llega usted ahora? —Sí, señor secretario general.
—¿No se ha cruzado usted con un señor y una señora?
—Sí, en el patio, hace unos minutos.
—¿Reconocería usted a ese individuo?
—Creo que sí.
—Entonces, cabo, no hay un minuto que perder... Llévese con usted seis inspectores. Nos veremos en la plaza de Clichy. Haga una investigación sobre el señor Nicole y vigile la casa. El señor Nicole tiene que volver allí.
—¿Y si no vuelve, señor secretario general?
—Deténgalo. Aquí tiene una orden.
Volvió a su despacho, se sentó, y en una hoja especial escribió un nombre.
El cabo parecía alelado.
—Pero el señor secretario general me ha hablado de un tal señor Nicole.
—¿Y qué?
—La orden lleva el nombre de Arsenio Lupin.
—Arsenio Lupin y el señor Nicole no son más que un solo y mismo personaje.