"La chica de ojos verdes", recuerda a la hermana de Maurice Leblanc:
Georgette como el personaje de Aurelia.
Filosofía de folletín. Tramas, héroes, autores.
“Alegrías extremas y dolores excesivos, no hay término medio para esta clase de criaturas”, se dijo Raoul, que repentinamente sintió en su interior el deseo de influir sobre aquellas alegrías o combatir aquellos dolores…”
Escrito por Maurice Leblanc, pensado por el ilustre señor Raoul de Limézy, también conocido como Arsenio Lupin, en el drama intitulado: La señorita de los ojos verdes de 1927.
Resulta entonces que negar que el folletín es una consumada pieza de relojería es negar en todo caso que tras una escritura, en principio servil hacia un lector, se esconde una poco moderada exaltación casi anarquista de un deseo no resuelto a nivel social por una sociedad que prefiere (obviamente) leer en el revés de un diario o entre el ocioso discurrir de una tarde, las desventuras de un sinfín de rufianes, héroes de poca monta y mucho brío que escalan aquello que ellos mismos secretamente anhelan (justicia, venganza, intrépidas correrías, y por qué no hasta asesinatos y robos)
Lo trágico esta escondido entre las brumas de una prosa llana y directa, donde lo policial se entremezcla con cierto color social y descubre una pantomima donde la aventura trepidante, el suspenso inagotable y una máquina de generar situaciones jamás se agotan.
Y sin embargo, tan caro es en estos días encontrar un villano a la altura de los tiempos (y de las situaciones infelices con las que tropiezan), como caro es encontrar un héroe que no modele un perfecto traje de Amani sino un exacto e imperturbable traje echo con las medidas de un Sue, un Dumas o un Fleval, un Rohmer, un Allain/Souvestre, un Leblanc, o un más reciente Fleming o un Charteris. Y tras la negrita que adorna una escritura refinada pero implacable en sencillez y acción, se esconde un secreto filosófico único e inmortal (y no confundir, que se haya olvidado no quiere decir que haya fallecido). Veamos…
“El barón de Limézy vivía una de aquellas horas en las que la vida se encuentra, de algún modo, suspendida entre el pasado y el futuro. Un pasado, para él, lleno de acontecimientos. Un futuro que se anunciaba igual. En medio, nada. Y en este caso, cuando se tienen treinta y cuatro años creemos que la llave de nuestro destino está en manos de una mujer. Ya que los ojos verdes se habían desvanecido, Raoul decidió regular su incierto deambular a la claridad de los ojos azules…”
Esto es filosofía de tocador mientras Leblanc, con perfecto dominio de su pincel remata: “… casi enseguida, después de haber fingido tomar otro camino y volviendo sobre sus pasos, Raoul vio que el lechuguino de pelo engomado se había puesto de nuevo en marcha y, como él, seguía a la mujer desde la otra acera. Los tres personajes retomaron su marcha sin que la inglesa pudiera descubrir el cortejo que la seguía.”
Con un pulso claro e incisivo puede magistralmente embelezar los ojos del lector y no perder ni por un momento la atención sobre la acción, que se desenvuelve de manera misteriosa y, aparentemente, fruto del azar. Esto es pura vena de literatura popular, y como podemos apreciar una vena rica en contrastes, un paseo distinguido por un callejón plagado de aventuras.
Leblanc (1864-1941) publica su primer cuento sobre Arsenio Lupin allá por 1904 cuando Pierre Laffite (director de Je sais Tout) le encarga un cuento para su revista recién fundada. Aceptado el encargo, Leblanc entrega un original titulado El arresto de Arsenio Lupin. A esa primera aventura habrían de seguirle cincuenta aventuras más, que entre cuentos y novelas suman unos veinte volúmenes. Lupin aparecerá ante el lector bajo personalidades diferentes como Horace Volmont, Louis Valmeras, Vizconde Raoul d´Andrézy, etc. Arsenio Lupin parece tener el don de la ubicuidad (curiosamente Fantomas padece del mismo mal), y le ocurre al lector lo mismo que a su enemigo mortal, el inspector de la Suretê, Ganimard: cuando cree haberlo apresado, cambia de personalidad y se le escapa, como el agua entre los dedos.
Las hazañas de Lupin siempre tropiezan con una aventura que termina excediendo el objeto mismo por el que comienza, no olvidemos que después de todo es un excéntrico ladrón de guante blanco, pero ladrón al fin que puede vaciar una casa en una noche, cargando todo (pinturas, pieles, joyas y sentido del humor) en una furgoneta, mientras regentea a sus ayudantes salidos del arrabal francés. Pero que arriesga todo por una causa noble, y uno es moderado ya que utilizamos la palabra noble cuando deberíamos utilizar también la palabra “mujer”, ya sea esta de ojos verdes, azules, o la misteriosa madre de uno de sus compinches, manteniéndose fiel a su gallarda estampa, aún so riesgo de perder la vida como le ocurre en El tapón de cristal de 1912.
Lupin hizo las últimas recomendaciones a Le Ballu y a Grognard, y dijo riendo:
- Nadie puede imaginarse lo que va a divertirme ver la cara de Doubrecq mientras le cortan el cuero cabelludo y le arrancan la piel a tiras. ¡De verdad! Eso bien vale el viaje.
Pero ya más avanzada la ficción, el mismo Lupin se confiesa una vez que ha terminado el drama y puede descansar recordando la trabajosa empresa que con éxito llevó adelante:
Lupin vaciló unos segundos y luego me dijo sonriendo:
- Querido amigo, voy a revelarle un secreto que me va a cubrir de ridículo a sus ojos. Pero ya sabe usted que siempre he sido más sentimental que un colegial y más ingenuo que una pavisosa (inocente, bobalicón). Bueno, pues la noche en que volví a ver a Clarisse Mergy y le anuncié las noticias de la jornada, sentí dos cosas muy profundamente. En primer lugar, que experimentaba por ella un sentimiento mucho más vivo de lo que creía, y después, que ella, por el contrario, experimentaba por mí un sentimiento que no estaba desprovisto de desprecio, de rencor ni incluso de una cierta aversión.
- ¡Bah! ¿Y por qué?
- ¿Por qué? Porque Clarisse Mergy es una buena mujer honrada y yo no soy más que… Arsenio Lupin.
Pero Lupin es pura energía, exaltación del ideal francés del caballero seductor y aventurero; no es un Robin Hood pero tampoco un criminal asesino como es el caso de Fantomas. Roba, sí, miente, sí, engaña, sí, pero sin derramar una gota de sangre, y es capaz de arriesgarlo todo por una causa que lo valga.
Hay un secreto de verdad oculto tras el pensamiento folletinesco, y es que justamente no oculta su intención, la expone como un sentimiento embriagador, mezcla de trágica condición humana frente a un mundo de penalidades por la causa que entonces lo gobierna, la aventura es su verdadera y única religión.
Por Christian Busquier.
http://www.mabuse.com.ar/mabuse/folletin.doc
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