jueves, 12 de marzo de 2009

El tapón de cristal.




Sólo una cosa desconcertaba a Prasville. El rostro del señor Nicole, su apariencia, no tenía la más pequeña relación, por lejana que fuese, con las fotografías que Prasville conocía de Lupin. Era un hombre completamente nuevo, de otra estatura, de otra corpulencia, con un corte de cara, una forma de boca, una expresión de la mirada, una tez, unos cabellos absolutamente diferentes de todas las indicaciones formuladas acerca de las señas del aventurero. ¿Pero no sabía Prasville que toda la fuerza de Lupin residía precisamente en su prodigiosa capacidad de transformación? No cabía duda alguna.

A toda prisa Prasville salió de su despacho. Se encontró con un cabo de la Seguridad y le dijo febrilmente: —¿Llega usted ahora? —Sí, señor secretario general.
—¿No se ha cruzado usted con un señor y una señora?
—Sí, en el patio, hace unos minutos.
—¿Reconocería usted a ese individuo?
—Creo que sí.
—Entonces, cabo, no hay un minuto que perder... Llévese con usted seis inspectores. Nos veremos en la plaza de Clichy. Haga una investigación sobre el señor Nicole y vigile la casa. El señor Nicole tiene que volver allí.
—¿Y si no vuelve, señor secretario general?
—Deténgalo. Aquí tiene una orden.
Volvió a su despacho, se sentó, y en una hoja especial escribió un nombre.
El cabo parecía alelado.
—Pero el señor secretario general me ha hablado de un tal señor Nicole.
—¿Y qué?
—La orden lleva el nombre de Arsenio Lupin.
—Arsenio Lupin y el señor Nicole no son más que un solo y mismo personaje.

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