viernes, 2 de diciembre de 2011

¡Para Lupin el robo es un juego, un juego que le divierte!





El papel desempeñado por los detectives o, de manera más global, por los enemigos de Lupin, quienes le respetan, miden sus fuerzas con él y tratan de hallar una solución que no se base meramente en la fuerza, sino en el ejercicio de la inteligencia.

De manera un tanto somera podemos decir que lo que opone Lupin a sus adversarios, tanto dentro de la justicia como dentro del campo de los detectives privados, aunque en este caso en menor grado, es la utilización de la fuerza bruta, de los medios expeditivos.

Para Lupin el robo, el estar fuera de la ley es un juego, juego que le divierte y que le impone ciertas reglas. Son siempre sus adversarios quienes infringen las reglas, quienes siembran la violencia y quienes acuden a métodos poco ortodoxos para acabar con Lupin.

El triunfo de Lupin sobre Holmes, ese triunfo era además el de la gracia francesa frente a la pesadez británica, era el triunfo del espíritu, de la fineza, sobre el razonamiento lógico, el triunfo del amor, de la intuición sobre la razón empírica, sobre la experiencia limitada de aquel que se halla prisionero de los prejuicios y de una estrecha moralidad.





En el afán de Holmes por domeñar a Lupin, no duda en disparar sobre la hermosa y poética Raymonde de Saint-Verán. Holmes no logra matar la seducción representada por Lupin, pero sí logra asesinar la poesía de esa seducción encarnada por Raymonde. Si todavía nos quedaba alguna duda en cuanto al valor intrínseco de ambos personajes, queda disipada. 


La esbelta figura de Lupin desaparece de nuestra vista llevando en brazos el cuerpo inanimado de Raymonde mientras el asesino contempla impotente la escena. Nada que decir. La gracia vencida por la fuerza. La seducción vencida por la torpeza. Lupin continuará representando, pese a los esfuerzos de los adaptadores españoles, la imagen del perfecto y galante caballero, incapaz de la más mínima torpeza.

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